Quizás sea la época que me tocó descubrir para el
razonamiento de las ideas, de los sentimientos y de los quebraderos de cabeza, que
ahora piense en lo mucho que un estado de ánimo crea momentos placenteros en
los sujetos. Esa cierta edad cuando comienzas a echar de menos a las personas
que marcan tu vida y que darías lo que fuera por verla una y otra vez .Aquellos
tiempos cuando comienzas a sustituir el forro de las carpetas con imágenes del
superpop por las miradas lascivas al repetidor resultón. Vuelvo la vista atrás
para recordar cuando a la plana de Mari Trini le habían crecido dos tímidos
pechos y había cambiado sus bragas de Mickey Mouse por un tanga de encaje color
burdeos, y media clase ansiosa porque se le caiga el bolígrafo al suelo.
Recuerdo que en una conversación con una buena amiga, me
decía que cuando alguien vive enamorado solo lo está del ideal de esa persona. Diviniza el carácter e
imagina una belleza más allá que nadie podría alcanzar. Los amores de instituto,
las primeras parejas y las noches de
cama son el fiel reflejo de que enamorarse de alguien, nos lleva a una
mutilación del corazón donde los actores pueden llegar a ser diferentes personas.
Pero no nos engañemos... es la misma persona, con otro rostro diferente.
Quizás, años más tarde, hayamos buscado esa ropa interior
tan sexy en otra persona que nos recordara esa atracción con nuestra antigua
compañera o incluso, sintamos en los brazos de algún fornido muchacho la
protección que queríamos desde que comenzó nuestra adolescencia. Todo esto, tan
solo para callar a nuestro corazón y decirnos a nosotros mismo: ¿ya estas
contento?
El amor es etnocéntrico y acaparador. Es ególatra,
destructivo y divino. Puede llegar a ser confortante pero también inspira miedo.
Actúa solo y no toma notas de lo ocurrido. Se disfraza a veces de deseo y otras
de interés, pero siempre da la cara cuando más solo estas… Incluso nosotros
sabemos que el amor lo cambia todo, domina todo y es capaz de partir cualquier esquema.