Cuando era pequeño, y siempre con la compañía de mi padre, en
los momentos de ver carnaval, de oír algún que otro ensayo o de ir de tablao en tablao, siempre veía a aquellos
carnavaleros que ponían su arte y su magia interpretando las coplas que defendían
en aquellos lugares. Sus disfraces, sus voces y su manera de encandilar al
respetable que se congregaban era para mí una ilusión que desde mi más tierna infancia,
me hubiera gustado realizar.
Con esa temprana edad, uno no se imagina que alguno de esos
componentes seria compañero tuyo, compartiendo toda clases de anécdotas, de
experiencias y de momentos que les da una gran calidad humana lejos de aquellos
escenarios. Compañeros que incluso los ves desde una modalidad o agrupación distinta
y entre admiración y envidia, quieres ser como ellos, porque de ellos nace el auténtico
carnaval.
Muchos de ellos, han ido pasando por mi escueto curriculum
carnavalesco y forjando una grandísima amistad de la que estaré completamente orgulloso.
Muchos son los amigos que han ido creciendo y ahora son integrantes de
agrupaciones de elite y que sin olvidar la responsabilidad que la misma requiere,
siempre tienen un rato para una copa y charlar de lo que más nos gusta. Pero
por supuesto, más que amigos que han pasado y pasaran, son auténticos maestros
de la vida, que más que enseñarme de carnaval, me ensañaran (y enseñaron) a ser
persona.
Cuando era pequeño y veía esas agrupaciones, nunca me imaginé
que todo esto sería posible.