Nuestra vida; esa gran melodía que suena desde el momento
que nacemos hasta que da sus últimos acordes a la hora de morir. Solo nosotros
somos dueños de nuestra vida, de nuestros actos y de la responsabilidad que
acarrea y, es por ello que a esta gran melodía le vamos añadiendo instrumentos
como si de un canon se tratase.
Tenemos la batuta para añadir más viento o menos percusión a
nuestra sinfonía para así lograr la melodía que nos merecemos. Existen buenos
directores que con una orquesta de cámara, escueta y sencilla, logran encaminar
su vida sin problemas y otros, que con una autoestima más bien bajita, necesita
una legión de músicos defendiendo sus toques. Pero al fin y al cabo nuestros
movimientos según el tempo que le demos, será más lento o más alegro.
Debemos cerrar los ojos y eliminar de nuestra vida aquellas
cacofonías que hacen que la pieza no suene bien, entre a descompás o no este en
sintonía con lo que necesitamos. Somos dueños de nuestros actos y de nuestras
decisiones y si algo es corregible, solo debemos dirigir nuestros compases para
encaminar la melodía y si hace falta, añadir más instrumentos a la orquesta,
pues el escenario es infinitito. A veces, habrá que pedir perdón a algún
maestro para que vuelva a tocar en el grupo, ya que por suerte, ninguna cuerda
tiene límite de integrantes.
Dirige tu vida sabiendo equivocarte, aceptando tu error y
posteriormente, subsanarlo de la mejor manera posible.